22 dic 2011

Retrato.

Era un joven encantador. Ella no podía dejar de mirarle, maravillada de que alguien pudiera ser tan amable y tierno.
Era un muchacho de estatura media, más alto que ella, pero tampoco exageradamente. Tenía el pelo negro, oscuro como la noche, pero reluciente, con algún que otro reflejo brillante. Lo llevaba con un peinado desenfadado, que contribuia a darle un cierto toque casual a su imagen.
Tenia la cara redondeada, un poco infantil. Su nariz era larga y recta, de medida perfecta, que parecía encajar perfectamente en su rostro ovalado. Unos labios finos y risueños, que ocultaban unos dientes cuadrados y blancos, sorprendían a la muchacha de vez en cuando con una resplandeciente sonrisa traviesa.
Pero, aún así, lo que más resaltaba de sus rasgos, en general agraciados, eran sus ojos: redondos, grandes, y de un precioso color verde esmeralda que brillaba con luz propia, con vetas de jade en sus profundos irises que en cuanto mirabas te sumergías en su interior, como en una selva impenetrable, en la que te perdías con facilidad. Brillantes incluso en la oscuridad más tremenda, rezumando inteligencia.
Era de carácter excéntrico. Hacía bromas sin parar, quitándole importancia a todo lo malo y lo bueno que sucedía a su alrededor, pero, a pesar de esa apariencia despreocupada, se preocupaba enormemente por lo que le podía pasar a la gente de su alrededor, tanto si los conocía mucho como si los acababan de presentar esa mañana, tanto si eran como de la familia como si les odiaba cordialmente.
Ella no podía creerse la extraña suerte, el curioso giro del destino, que la había llevado a cruzarse con alguien como él, tan simpático, y que tan fácil resultaba de querer.

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