Foto tomada el 24/06/2012. |
Así era. Así la veía yo, al menos,
esa última vez que la vi, en el prado de flores, por aquel entonces
yermo, con su vestido blanco y su melena de rizos casi rubios
ondeando al son de la brisa de verano.
Su sonrisa de niña. Sus ojos azules
como el cielo de agosto. Su voz aguda y risueña como la de algún
extraño pájaro tropical. Luminosa. Toda ella.
Dijo algo que no escuché, y se agachó
a coger unas florecillas. Pequeñas, frágiles, blancas. Como ella.
Cerró sus grandes ojos azules y al abrirlos de nuevo se quedó
mirando al cielo, acariciando las pequeñas flores blancas con
suavidad con sus pequeñas manitas.
-Mañana me voy. Lo sabes. -no era una
pregunta. Era una afirmación, que esperaba ser ratificada, o que tal
vez deseaba ser negada. Bajé la cabeza, formando un raro contraste:
ella miraba hacia arriba y yo hacia abajo. No dije nada.
Así pasaron unos minutos. Nadie dijo
nada. De repente ella alzó los brazos, sonriendo levemente, sus ojos
grandes y redondos mirando al cielo en busca de algo mejor.
Daba la impresión de que iba a alzar
el vuelo en cualquier momento, su vestido blanco de algodón fino y
sus cabellos claros ondeando al viento, escapando lejos de esa
realidad que no la convencía, escapando de mí, escapando de todo.
Siendo libre.
Como un pájaro grácil, delgado y
huesudo pero de plumaje suave, blando y blanco,
Así era ella.
Luminosa, brillante, blanca como un
cisne.