28 feb 2010

Alas de mariposa.

Fue tan oscura y trágica, esa noche. La noche en que me separé de este mundo, la noche en que di un disgusto a mi querida hermana. La noche que morí.
Lo recuerdo nítidamente, era una noche ventosa de verano, en que el rítmico golpeteo de los pórticos de las persianas contra las paredes de afuera me despertó de mi dulce sueño infantil.
Traté de dormirme; de veras que sí, pero simplemente no podía. Me había desvelado ya, y tras unos minutos manteniéndome quieta y tensa para no despertar también a Sue, cuya casi inaudible respiración sonaba acompasada en la cama debajo de mí, me levanté con cuidado de no hacer ruidos innecesarios. Abrí la ventana, salté a la escalera de incendios que había justo al lado, y subí rápida a la azotea, dónde tantas veces había ido en las noches de insomnio, sola o con Sue.
Aspiré profundamente, saboreando la fresca brisa de aquella noche, y contemplando las luces de la ciudad por debajo de mí. Me embelesé, pensando en cosas de niñas, dejando el tiempo pasar, entreteniéndome adivinando de qué color sería el próximo coche en pasar, cuando un destello rojo que cruzó mi campo de visión me desencantó; seguí esa mancha con la mirada. Se trataba de una pequeña mariposa de un intenso color escarlata, que revoloteaba apaciblemente, aparentemente ajena a la brisa que me apartaba el pelo de la cara.
Aplaudí, contenta. ¡Era tan bonita…! Brinqué detrás de ella, quería atraparla, que con sus alas de algodón me acariciara las mejillas. La perseguí, pero no se dejaba atrapar. Hubiera jurado que jugaba conmigo, hasta que después vi que jugaba conmigo, no como con una compañera, sino como con un juguete.
Se posó grácil en la barandilla que delimitaba la azotea, y sonreí, confiada. Ya la tenía, ¿no? Corrí veloz y con las manos abiertas, la tenía, la tenía… pero no. Salió volando, aguardándome apenas un metro más allá de la barandilla. Fruncí el ceño, y me encaramé, moviendo el brazo, tratando de alcanzarla. Se alejó un poco más, me apoyé para tratar de llegar más lejos, y entonces… pasó.
Mis pies, de puntillas, resbalaron con el frío hormigón del suelo, y no pude agarrarme al frío metal pintado de la barandilla. Me caí, mi camisa de dormir ondeando al viento, mis brazos extendidos, aún no sé si tratando de agarrar la barandilla o bien la mariposa, que seguía revoloteando a la misma altura que antes, riéndose de mí.
Parpadeé muchas veces, la caída me tomó tan de sorpresa que no me imaginaba el sordo ruido de mis huesos crujiendo contra la claraboya iluminada que había bajo mi cuerpo, y que cada vez se acercaba más.
La última imagen que mis ojos grabaron antes de morir, fue un intenso color rojo oscuro que salía disparado, no sabía de dónde, rodeándome. Y me sentí feliz entre tanta confusión, pues creía que se trataba de las alas de la roja mariposa que me acogían con ternura.
Una fracción de segundo después de tocar el frío cristal, ya no estaba ahí. Y el suave viento seguía moviendo mis ropas y cabellos, en esa cálida y ventosa noche de verano en que morí.

2 comentarios:

  1. Ohh!! Me encanta *________*
    Es tan...oiss ^-^
    Ñaa ^^

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  2. Es la continuación del anterior >_> Me alegro que te gusten *-*

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